Nada de risas, por favor, que esta pregunta me estuvo atormentando durante varias semanas, con sus días y sus noches. Acababa de empezar a hacer un curso de fotografía de esos en los que te enseñan básicamente a manejar la cámara y a no perderte en los menús. Y, de vez en cuando, el profesor soltaba alguna referencia, algún libro de los imprescindible para aprender a mirar y alimentar el dichoso ojo fotográfico. Y es que, si algo me quedó claro en esas primeras semanas, es que mi ojo, más que ‘dichoso’ es o era ‘caprichoso’. “Los Americanos es la biblia de la fotografía”, te dicen, “la obra cumbre del siglo XX” (y quién sabe si también del XXI). Y claro, te enseñan cuatro o cinco fotos sueltas en una pantalla… Y a ti como que no te dicen nada. Pero vamos a ver, te dices, ¿es que nadie se ha dado cuenta de que esa foto, y esa otra también, estan desenfocadas? ¿Y que esa otra tiene un grano que asusta? ¿Y esto? ¡Pero si una bandera le tapa toda la cara a esa pobre señora de la ventana! ¿Es que nadie ve que la siguiente foto está torcida? Y la siguiente… ¡torcida y movida! Una de dos, o el tío éste era cojo o estaba borracho, porque si no, no me lo explico.
No eres de las que habla mucho en clase, así que la cobardía gana a la indignación y te callas. Alguien dirá algo, piensas, alguien levantará la mano y lo dirá. Y pasan los segundos. Y las fotos. Y miras a tu alrededor. Y nada. Tus compañeros, la mayoría, asienten y/o miran fijamente las imágenes, sospechas que pensando, en el fondo, lo mismo que tú, o, Dios no lo quiera, viendo algo que tú no ves.
Entonces, en un último esfuerzo, pruebas a entornar un poco los ojos, como intentando enfocar tú lo que ese Robert Frank no fue capaz de enfocar. Porque eso tiene que ser incapacidad, ¿cómo alguien que se llame a sí mismo fotógrafo va a presentar un trabajo documental becado por el Guggenheim (¡por el Guggenheim, ni más ni menos!) con fotos desenfocadas? Luego te fijas en que un compañero tuyo de clase hace un movimiento raro, como que tuerce algo la cabeza. Este intenta alinearse con el horizonte torcido de la foto, te dices a ti misma. Pero el acróbata del cuello, tu última esperanza, tampoco dice nada.
Al terminar la clase, mientras tomas algo con algunos compañeros, sacas el tema de “Los Americanos” esperando que la no presencia del profesor rendido a Robert Frank y el colegueo entre compañeros de clase suelte algunas lenguas. Pero, oh, sorpresa, todos se deshacen en elogios. Hasta tú, para no ser menos. Al fin y al cabo, apenas llevamos dos clases juntos y aquí nadie sabe de qué pie cojea el resto. Sin olvidar que solo estamos tomando una cerveza y no una ronda de chupitos. Ni dos. A ver quién es la valiente que, así, sobria y en frío, dice que no le gusta el fotolibro de marras.
Porque… no nos engañemos: si confiesas en público (de ámbito fotográfico, se entiende) y alegremente que “Los Americanos” de Robert Frank no te gusta, tienes muchos boletos para a ocupar un puesto de honor en la lista de despropósitos de la humanidad, justo por detrás de aquellos que en verano se echan insecticida directamente en el oído porque juran y perjuran que es el único modo de que los mosquitos no ronden tu oreja durante toda la noche y apenas por delante de los que en un momento de debilidad admiten comer bocadillos de paté y Nocilla. Es así, y cuanto antes lo admitas, mejor.
Así que, ante esa perspectiva, intentas calmarme a ti misma y te dices que, claro, cómo vas a disfrutar de semejante obra de arte fotográfica viendo unas fotillos sueltas en un proyector de no muy buena calidad. Que las fotos hay que verlas en papel, tonta, que hay que tocarlas, olerlas, pasar lentamente las páginas, a tu ritmo… Y entonces, corres rauda y veloz a la librería. Lo compras, y nada más salir a la calle, lo sacas de la bolsa y, con algo de disimulo, lo hueles (sí, soy de esas que huelen los libros, no puedo evitarlo). Prueba superada; huele a libro de los buenos, no te deja esa molesta sensación de atontamiento cerebral por haber esnifado varios gramos de petróleo puro (eso pasa con más de un fotolibro, no lo neguéis).
Llegas a casa y el momento es perfecto. Ha empezado a llover, la luz del día empieza a extinguirse y te ves inmersa en esa atmósfera melancólica tan apropiada para hacerte un café, sentarte en mala pero cómoda postura en el sofá y adentrarte en ese libro de fotos en blanco y negro que todo el mundo adora, venera e idolatra… menos tú. Vas pasando las páginas… Y nada cambia. Los desenfocados no son un fallo del proyector de clase, el grano no es el gotelé de la pared y los horizontes torcidos siguen así, torcidos. Entonces, ¿dónde queda la técnica? ¿Tus esfuerzos, y los de tus compañeros, con el enfoque, la nitidez, y la regla de los tercios? ¡Si no valen para nada! Ahí tienes al tal Frank, recorriéndose Estados Unidos a costa de la Fundación Guggenheim, y desenfocando, torciendo y “desencuadrando” todo lo que se le pone a tiro. Este no dura ni tres semanas en tu curso de iniciación a la fotografía. ¿Qué narices pretende? ¿Tomarnos el pelo? ¿Reírse de todo el mundo? A no ser… que haya algo más.
Entonces recurres a lo último que te queda: ‘San Google’, patrón y salvador de los desesperados de toda índole. Buceas un poco y das con un par de ensayos que te abren los ojos, la mente y el cielo fotográfico. Porque lo que has hecho ha sido ‘mirar’ el libro en lugar de ‘leerlo‘. Porque “Los Americanos” no es una sucesión de fotos únicas que hablan por sí mismas sino un relato sutil e intencionadamente construido. Los desenfoques, granos y demás son una rotura deliberada de las sacrosantas reglas fotográficas cuyo objetivo no es otro que el de romper la imagen técnica, estética y moralmente perfecta que los Estados Unidos proyectan y alimentan sobre su sociedad y su modo de vida. En resumen, “Los Americanos” es una denuncia cubierta de ironía, un gran ‘no’ a la pretendida y pretenciosa perfección de una sociedad marcada por sus contrastes y contradicciones; en definitiva, por sus horizontes torcidos.
Entonces vuelves a coger el libro, lo vuelves a abrir y sientes que estás mirando, o leyendo, una obra completamente nueva, diferente a la que has hojeado apenas una hora antes. Las fotos, su estética, siguen sin gustarte, pero todo cobra sentido. Y todo te habla: la imagen de la ascensorista torcida, la de la mujer tapada por la bandera, la del buzón en medio de la nada, la de la mujer negra que sostiene al bebé blanco…
Y así, a lo tonto, Robert Frank te enseña que las buenas fotos no tienen por qué ser bonitas (ni por qué no serlo), que lo que tienen que hacer es transmitir, contar y hablar. Y ser sutiles y sugerentes, y que en obras como “Los Americanos”, tienen que “llevarse bien” entre ellas, acompañarse, complementarse y jugar cada una su papel, porque lo suyo es construir un relato y no describir un instante. Que hay fotos hechas para funcionar solas y fotos para construir e hilar historias. Y que todo eso puede hacerse con fotos que a muchos pueden parecerles (parecernos) “antiestéticas” o feas, pero maravillosamente evocadoras y elocuentes.
Así que, respondiendo a la pregunta del título, NO, no te pasa nada malo si no te ‘gusta’ “Los Americanos”, si ver una de sus fotos no hace que las pupilas se te dilaten o se te acelere el pulso, o si el cerebro no te cruje como cuando de niña comías ‘Peta Zetas’. Porque “Los Americanos” no se mira, se lee, y porque su secreto no está en lo que entendemos como fotos “bien hechas”, sino en las “bien dichas”, como escuché decir a Eduardo Momeñe hace unos días en Full Frame, programa semanal de radio sobre fotografía (en el que, por cierto, confesó tranquilamente no ser “nada fan” de Cartier-Bresson, de ahí mi idea para este post). Y que no, que no se trata tanto de ‘retratar’ el mundo, y mucho menos de retratarlo ‘bonito’, como de ‘comentarlo’ y de contarlo, de que las fotografías tengan “una carta escondida” (otra vez Momeñe), una lectura implícita. Y “Los Americanos” la tiene, ¡vaya si la tiene!
Pero a mí siguen sin ‘gustarme’ muchas de sus fotos. Y no pasa nada. Absolutamente nada. O eso creo.
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10 Comments
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Tal vez lo que necesitas es mas lecciones de narrativa fotográfica, o que alguien te explique en que consiste el proyecto los americanos de Robert Frank. Por lo general tendemos a denostar o bien aquello que no entendemos o que no compartimos. Porqué ese trabajo inspiro a varios de los mejores fotógrafos del Siglo XX Como Alex Webb, Gary Winogrand o Richard Avedon por citar solo a unos pocos. O a cineastas como Michael Haneke, Win Wenders o Gus Van Sant.
No se trata de una leyenda que ha de pasar de flor en flor. Es una radiografía directa de una sociedad, la norteameicana que queda descubierta. Esos planos que a veces giras para darle mas perspectiva no solo se los debes a Rodchenko. Has puesto una imagen de una mujer en un ascensor, preguntate quién es, que hace, pq está ahí, rodeada de una atmosfera que la tiene atrapada, con una mirada que quiere huir, salir de un lugar donde no puede.
La fotografía documental tiene su base en la Atmosfera, el Retrato y el Instante como marcos principales de evalucación y visionado.
Robert Frank fotográficamente captura muchos de sus instantes de forma muy concisa. No has de entenderlo, no es una obligación ni moral ni creativa. Tal vez algún día ( al igual que muchos clasicos de la literatura) entiendas en que consiste este trabajo. Así que a tu pregunta te puedo contestar, no, no te pasa nada.
Coincido con Lector1, la próxima vez deberías leer el artículo hasta el final para no volver a meter la pata.
Lector2 ( el mismo que Lector1) ayayayayai….. que te hemos pillado!!!
Ernesto Silver, lee el artículo hasta el final. !
Saludos
Lector 1, firmemos con nombre para apoyar las declaraciones. Leido hasta el final, me reafirmo en lo que expongo. Saludos.
[…] último, una curiosa reflexión que se hacen en el blog del Festival Revela´t. Como sabréis, 'Los Americanos' de Robert Frank es uno de los libros esenciales de la historia de […]
Gracias Leire, de verdad, compre el libro exactamente por el mismo motivo que describes y si, a mi me paso lo mismo: vaya mierda de fotos! (Siento el lenguage pero alguien tenia que decirlo)
A posteriori si que le intentas ver el trasfondo en base a lo que dicen es un relato de la sociedad americana en un momento dado pero..siguen sin gustarme y no dejo de preguntarme si no se puede ser ironico con buenas fotos. Con fotos que no necesiten estar acompañadas de otras. Con fotos que sin ser fotones puedan caminar solas y agradar. No digo hacer babear.
No sé, a mi es un estilo que no me gusta.
Se puede ser descriptivo con buenas fotos, en el sentido tecnico aunque te saltes alguna regla.
Intentar ser original y revolucionario diciendo que no te gusta Robert Frank es perfectamente lícito, Me quedo en la falta de criterio para tomar decisiones de quién lo escribe. Los estilos son plenamente claros en las artes la musica o la gastronomía…. Yo leo este texto, lo comprendo, no lo comparto y por ello no lo compro.
No se puede seguir la politica de los likes en la vida real….
Tal vez mas que estudiar a este autor deberias aprender un poco mas de fotografía.
Hola a todos.
El post está escrito desde la perspectiva de una estudiante de un curso de Iniciación a la fotografía a la que un fotolibro se le presenta (de mala manera, y sin apenas explicaciones) como una obra maestra y ella (a la que, obviamente, le queda mucho por aprender en cuanto a narrativa y lenguaje fotográfico) no acierta a ver esa maestría. Es un relato con tintes irónicos del desconcierto que esa situación le causa, a la vez que una pequeña crítica al reparo que muchas veces tenemos a la hora de expresar nuestra ignorancia públicamente o las dudas que algunos trabajos u obras artísticas nos generan. Particularmente, no veo nada de «original» o «revolucionario» en decir que no me gusta ‘Los Americanos’ y no es ese el propósito del artículo, ni mucho menos lo es denostar el trabajo de Robert Frank, cuya influencia en otros fotógrafos y cineastas es harto conocida. El objetivo del texto no es otro que reivindicar que el hecho de entender, disfrutar y leer fotografía es un ejercicio que, muchas veces, requiere tiempo, estudio y cierto compromiso personal, pero que la gratificación final, la de entender lo que te resultaba incomprensible y la de descubrir nuevas formas de expresión visual y narrativa, bien vale la pena, puesto que no tiene precio. Y que no hay nada grave en el hecho de que a alguien no le guste ‘Los Americanos’ de Robert Frank o las fotos de Cartier-Bresson, y no lo hay porque el gusto es algo subjetivo y, la mayoría de las veces, demasiado ligado a la estética; lo verdaderamente grave es no saber ver y no ser capaz de reconocer la calidad de sus trabajos.
Gracias a todos por vuestros comentarios.
[…] diciembre de 2018 escribí un artículo para el blog de Revela-T titulado “¿Me pasa algo malo si no me gusta ‘Los Americanos’ de Robert Frank?” En contaba lo que me sucedió cuando, recién inicia en esto de la fotografía, cayó en mis […]